Un post de Palmira Chavero
16 agosto 2016

“Información veraz, contrastada y de calidad, diferenciada claramente de la opinión”. Este mantra –convertido por momentos en moneda de uso común– cobra especial relevancia cuando se trata de procesos electorales, por cuanto es el período de participación más directa del ciudadano en los asuntos públicos.

En este sentido, la responsabilidad de los directores de los medios de comunicación es crucial para afrontar las elecciones, y es en esa línea que son saludables las iniciativas como la de los directores de los medios de comunicación de Perú de consensuar unos puntos mínimos para una cobertura de calidad del reciente proceso electoral peruano.

Empero, el verdadero sentido de la cobertura mediática electoral trasciende –y mucho– la declaración de intenciones, ya sean éstas individuales o colectivas. Es en el análisis del comportamiento de los medios donde podemos ver el grado de responsabilidad y de defensa de la democracia de unos actores, los medios, cada vez más políticos. Es en la selección de los temas que presentan y en la manera de abordarlos, en la visibilización e invisibilización de unos candidatos u otros donde comienza la influencia de los medios de comunicación en su audiencia.
En el caso de las recientes elecciones generales de Perú, hay un nombre propio que en la segunda vuelta guió la cobertura –y, por tanto, la propuesta de cómo el ciudadano debía leer las elecciones–: Fujimori. En la práctica, esto significa que muy probablemente el ciudadano ha interpretado las propuestas de los candidatos en torno al referente propuesto por los medios, el resonante apellido Fujimori. Así, la noticia más bien giraba en torno a si Fujimori ganaba o perdía las elecciones (incluso si su hermano iba o no a votarla), en detrimento de otros temas no menores para Perú: la exclusión del Jurado Nacional Electoral de dos candidatos en la primera vuelta; las propuestas económicas de los candidatos de la segunda vuelta; la cercanía de uno de ellos con los mercados financieros; el papel que cada candidato pretende darle al Estado o la importancia regional de las elecciones peruanas, entre otros aspectos.


De esta manera, la cobertura mediática internacional ha minimizado el debate de temas ‘duros’ y éstos fueron sustituidos –además de por la habitual “carrera de las encuestas”– por cuestiones más banales y menos reflexivas, que dejaban de lado aspectos como cuáles serían las consecuencias económicas, políticas y en Derechos Humanos para los ciudadanos peruanos.


El tratamiento mediático internacional no difiere mucho una vez pasadas las elecciones; escaso análisis en profundidad encontramos de las posibles causas del estrecho margen con el que venció Kuczynski(0,25%), así como tampoco abundan explicaciones de sus consecuencias: la difícil gobernabilidad con un Parlamento en el que la fuerza de Keiko Fujimori sigue teniendo la mayoría y, por tanto, una amplia capacidad de veto.
Esta personalización de la cobertura mediática en detrimento del debate de las diferentes (o no tan divergentes) propuestas de país encaja –y realza– los factores de noticia de los medios, lo cual es coherente con un tipo de liderazgo político cada vez más personal –y menos basado en el programa o en el partido que otrora fuese la base de las decisiones electorales–. De esta manera, medios y actores políticos conviven en sintonía y se retroalimentan haciendo que la política sea cada vez más personalizada –en línea con las características de los medios– y la cobertura mediática más ligera, disipando con ello un debate público latinoamericano que se hace más necesario en la medida que los márgenes en los resultados electorales son cada vez más angostos.

Artículo publicado en el número 13 (Agosto 2016) de Opinión Electoral, revista de análisis político electoral del Instituto de la Democracia del Consejo Nacional Electoral de Ecuador. 

 

Twitter: @p_chavero


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